Es tu ojo lo que temo y en su interior desisto,
la oscuridad de lo profundo
la distancia hasta lo oculto.
Es la mirada en la que pierdo y me lamento.
Hacia ti voy en la balsa que me ofreciste,
de tus manos. Abajo reflejos de zafiro
de las pecas de tu cuerpo, y junto a la orilla
los altos coronados de tus senos.
Por los oscuros leteos me deslizo
que apáticos penden de la cumbre,
y por los que, al finalizar la jornada,
arrivaré hasta tu hermosa cara.
Allí donde perderé para siempre
lo oscuro, profundo y oculto.